MISTERIOS GOZOSOS.
- La encarnación del Hijo de Dios.
La Anunciación del Ángel a María.
La
humildad.
Oh María gracias al ‘Sí' Tuyo nos
has abierto las puertas del cielo, has aceptado la voluntad del Padre. Serás
bendita por siempre: Tu intercesión es escuchada en el cielo porque has
aceptado el plan de Dios. Permítenos orar para que seamos capaces de dar el
‘si' a Dios Padre a cada momento que Él nos lo pida. María ayúdanos a ser
mansos y obedientes a la voluntad de Dios.
La virtud de la Caridad.
María visita a su prima Isabel:
Ella lleva Dios a su prima, por el amor a sus hermanos y vecinos. Señor
ayúdanos a llevar a Cristo a otros, como María lo hizo. María permítenos
pedirte el regalo hermoso de la caridad.
Pobreza de
Corazón.
El niño Jesús en el pesebre.
María, José y los pastores lo adoran. Permítenos adorar a Cristo, el hijo de
Dios, en el silencio de nuestra alma y en el fondo de nuestro corazón.
Permítenos pedirte María que nos hagas amar cada vez más a Jesús y pedir el
regalo de la pobreza de espíritu.
Necesitamos poner atención a la voz de
Dios, discernir su llamada y aceptar la misión que nos dé. Después de la profecía
de Simeón, María lleva la herida del sufrimiento en su corazón, pero en
silencio ella acepta la voluntad del Padre.
Toda pura es María. María es Inmaculada, no hay en ella mancha
alguna de pecado, porque Dios ha querido llenarla de todas las gracias. Ella
que es Virgen y Madre, se acerca al templo para su purificación: no le importa
someterse a las leyes de los hombres que no tenían vigencia para ella. Y en su
humildad quiere mostrarnos el valor de la pureza. Madre purísima, enséñanos a vivir
teniéndote a ti como modelo, dejando de lado las insinuaciones vacías del
mundo.
Pureza de Corazón. El fiat de la Virgen en la Anunciación la introdujo en el misterio de su
Hijo; sus destinos se unieron inextricablemente,
tanto en la vida como en la muerte. Al ofrecerse con él en el templo, el
anciano Simeón levantó una esquina del velo y reveló a María que una espada le
atravesaría el corazón. <<A fin de que queden al descubierto las
intenciones de muchos corazones>> (Lc 2, 35). María no responde nada pero
guarda estas palabras en su corazón para meditarlas en la oración.
María, en tu corazón traspasado
contemplamos el costado abierto de tu Hijo en la cruz que nos hace entrever la
gran herida del corazón de Dios ante los que se pierden. Danos la gracia de
adorar a tu hijo crucificado en sus miembros que sufren.
El Celo Apostólico.
Permítenos
meditar en esas veces que hemos estado lejos de Jesús, de ése Jesús quién con
mucho amor ha muerto por nosotros. Permítenos entender que en las dificultades
de la vida la única salvación es encontrar a Jesús y nunca alejarnos de su gran
amor.
María acepta los planes de Dios. ¡Qué desasosiego el de María y José que no encuentran al niño
Dios! Ellos, como nosotros en algunas ocasiones, perdemos de vista a Dios:
ellos sin culpa por su parte, y sin embargo nosotros lo perdemos porque nos
buscamos a nosotros mismos y vamos a lo nuestro. Que aprendamos de ti, María a
buscar sin descanso al Señor, y aceptar sus planes, sabiendo dejar de lado los
nuestros.
Búsqueda de Dios y de su Voluntad. Durante tres días, Jesús estuvo perdido en el Templo de
Jerusalén, igual que estuvo tres días amortajado en el interior de la tierra y
de los infiernos. Pero su corazón permanece siempre con el Padre para hacer lo
que le place. María enseñó a Jesús a
vivir cada día el abandono alegre en la voluntad del Padre. A su vez, Jesús le
invitó a una nueva noche que María no comprende, pero a la que consiente,
porque decidió decir siempre <sí> al Padre.
A lo largo de nuestra historia,
nos vemos sorprendidos y angustiados por acontecimientos que desvían nuestros
planes y trastornan nuestros proyectos. Concédenos el don de la oración para
que podamos comprender la voluntad del padre y ajustarnos a ella en el abandono
activo y alegre.
MISTERIOS
DOLOROSOS (Martes Viernes)
La Oración de Jesús en Getsemaní.
La Opción al sacrificio.
En la gran oración al Padre,
Jesús encuentra fuerza, confianza y un ángel es enviado a confortarlo. Entonces
Jesús es nuestro ángel confortador. Es como Él nos dijo: "Porque se
preocupan en las dificultades? Sean fuertes en mí, miren a su Dios en las horas
más dolorosas, y triunfarán." Permítenos encomendarnos a Dios para siempre
cumplir su mandato.
La oración del Señor. Jesús quiere preparar el momento de su
entrega total para salvar al hombre, y lo hace rezando, elevando su mente y su
corazón al Padre. Es un diálogo lleno de abandono, y de confianza, sabiendo
poner todo en sus manos. Te pido, Señora y Madre mía, que sobre todo en las
circunstancias difíciles, crezca mi unión con Dios, y me abandone plenamente en
Él.
Conversión del corazón. En la agonía, Jesús nos invita a acompañarle a Getsemaní para permanecer con él pues está en agonía hasta
el fin del mundo. Nos invita a perseverar en la oración para no caer en la tentación. Volvámonos
hacia la Santísima Virgen y ella nos hará entrar en la oración de Jesús, pues
la oración de María en la Anunciación es la misma que la de Jesús en el Huerto
de los Olivos: ambos desaparecen, como cada una de las personas de la Santísima Trinidad, para que la voluntad de Dios pueda
realizarse en ellos.
Jesús es condenado a muerte.
El dominio corporal.
Cuanto dolor, tormentos y heridas
en el cuerpo de Jesús? Si aprono sul corpo. Cuanta sangre cayó al suelo,
mientras sus verdugos reían, lo insultaban, y reunían sus fuerzas para volver a
golpear el inocente cuerpo de Jesús? Permítenos aceptar los insultos por amor a
nuestro Señor y arrepentirnos de nuestros pecados.
La entrega exige sacrificio. Jesús es azotado sin compasión, y no
se queja. Nosotros también nos encontraremos, de una forma u otra, con
dificultades y contradicciones, que nos golpearán por fuera o por dentro. ¿Qué
actitud podemos tomar? ¿La rebeldía? ¿El reproche a Dios? Madre Nuestra, Madre
mía, enséñame a hacer de las incomodidades, de los problemas, de los reveses de
la vida, una forma de crecer y de amar sin condiciones.
Llevamos en nuestro cuerpo las marcas de la Pasión. Sobre la
espalda de Cristo han trazado largos surcos y su sangre ha salpicado las
paredes del pretorio, pero él no ha endurecido su rostro ante los que le
mesaban la barba,. Frente a la dureza del corazón de los hombres, ofreció la
infinita dulzura del corazón de Dios, diciendo: <Padre, perdónalos, porque
no saben lo que hacen>
Señor, tú que asocias a llevar en
nuestro cuerpo las marcas de tu Pasión y nos concedes también vivir con hombres
y mujeres que reviven tu Pasión en su carne y en su corazón, concédenos no
endurecernos ante nuestro sufrimiento o el de nuestros hermanos. María, danos
la dulzura de tu corazón compasivo para que podamos vendar todas esas heridas.
La rectitud mental.
Piensa en la indignaciones,
ofensas, y humillaciones que Jesús sufrió. Lo maltrataron, fué tratado como el
culpable de nuestros peores pecados. Parece decirnos "Porque te desesperas
cuando sufres? Es esa la manera en que me amas? Medita mi pasión y encuentra en
ella un rico alimento espiritual." Permítenos pedir el regalo de la
paciencia y aceptar todas la humillaciones, pensando como Jesús sufrió por
nosotros.
Un reinado de amor. Aquellos hombres, que no se dan cuenta de que
tienen delante al Hijo de Dios, siguen su burla, y lo coronan de espinas. Sin
embargo allí, delante de ellos, humilde, respetando hasta ese extremo su
libertad, el Rey de cielos y tierra les deja hacer. ¿Dónde está el verdadero
reinado? ¿En el triunfo humano, en las alabanzas? Virgen y Madre, ayúdanos a
reconocer la grandeza de reinar no avasallando a los demás, sino brindándoles
amor sin pedir nada a cambio.
Humildad de Corazón. Señor, te vemos coronado de espinas aunque eres el Rey de la
gloria; pero tu realeza no es de este mundo y los que te encarnecen o se burlan
de ti no tendrían ningún poder si no se lo hubieran dado de arriba. Hoy
también los poderosos persiguen y
torturan a los justos tratándoles de locos, a veces en nombre mismo de su fe.
Señor, a todos los que son
perseguidos por los hombres o que sufren torturas morales o depresiones, dales
la humildad del amor, la fuerza más poderosa de todas. Haz que puedan encontrar
en su camino a la Virgen o a la Verónica acogiendo en su corazón sus rostros
desfigurados por los golpes y los latigazos.
Jesús carga con la Cruz a cuestas.
La Paciencia.
Aún y cuando Jesús hubiera
sufrido solo por ti, Jesús hubiera aceptado tales dolores, grande es su amor
por ti. A lo largo del camino al Calvario, Jesús ve a su Madre. Podremos
imaginarnos el momento cuando sus ojos se encontraron? O cuanto su corazón
debió haber sentido dolor. Permítenos pedir María la gracia de siempre aceptar
nuestra cruz, para que María y Jesús puedan soportarlo.
La cruz que Tú me mandes. Jesús carga con la cruz, una cruz que no es suya, porque es la
cruz de nuestros silencios, de nuestros desprecios, de nuestros pecados. Y la
lleva para que la nuestra sea menos pesada. Nos encontramos con la cruz y la
rechazamos, a veces con arrogancia, sin darnos cuenta de que Jesús la ha
santificado, y quiere que sea nuestra santificación. Madre dolorosa, que no
pasemos por alto nada que nos haga semejante a tu Hijo, por doloroso que sea.
Llevar la Cruz con Cristo. Oímos a veces la invitación a llevar nuestra cruz como una llamada a la
generosidad. Nos gustaría llevar nuestra cruz con valentía y gloriosamente
aunque experimentemos cada día la debilidad de caer, como Jesucristo cayó tres
veces en el camino del Calvario. Así nos muestra el camino que nos llevará de
la humillación a la humildad.
Señor, tu no has tenido
necesidad de rechazar la debilidad para ser fuerte, pues tu fuerza no es tuya,
sino del Padre y tú has querido que se manifestara por tu propia debilidad.
Concédenos encontrar en nuestro camino a María, la Madre de la misericordia, que
nos enseñe a gozarnos de nuestra debilidad para que a través de ella se
manifieste el poder de Dios.
La aceptación de la Voluntad Divina.
Jesús desea vernos cerca de
María, su Madre, Él desea que, como niños, mantengamos nuestra mano unida a la
de María. Esto es lo que el quiere. El nos pide que nos encomendemos a la
Virgen María. El nos pide reconocer a Nuestra Señora como Nuestra Madre, quién
encenderá en nosotros un amor ferviente a su hijo. María, nosotros creemos en
ti, tómanos y llévanos al refugio de tu Inmaculado Corazón, alivia nuestra
soberbia con tu humildad, que es la que nos aparta de Dios.
Gratitud ante la redención. En el monte Calvario crucifican a
Jesús, como un malhechor, como un bandido. Es el precio de nuestra redención.
Abre sus brazos y quiere estrechar con ellos a todos los hombres, para decirles
hasta dónde llega el amor de Dios. Virgen de la Soledad, que contemplaste a tu
Hijo en la cruz, enséñanos a ser agradecidos, a responder generosamente al amor
que Dios nos ha mostrado.
Dejarse atraer por Jesús en la Cruz. En la cruz, Jesús está totalmente unido a su
Padre en una oración trágica de abandono que le empuja a poner su vida entre sus
manos. Su oración culmina en el grito que no cesa de resonar en el corazón de
los que tienen oídos para escuchar y ojos para contemplar.
Al mismo tiempo, mira a su Madre
a la que asocia a su Pasión dolorosa y gloriosa para hacer de ella la Madre de
todos los hombres. María está allí de pie al pie de la cruz, y mira también a
su Hijo con un amor de compasión, de tal manera que sus corazones están
quebrantados en el mismo amor trinitario.
Oh María, a ti te ha enseñado el
Espíritu Santo a no mirarte a ti misma, sino a fijar la mirada en tu Hijo en la
cruz, de tal manera que has sufrido el martirio de la crucifixión, enséñanos la
verdadera compasión, que se deja atraer por tu Hijo levantado sobre la tierra.
Deposita en nuestros corazones tu amor de compasión para con nuestros hermanos
que sufren.
- El bautismo de Jesús en el río Jordán.
Misterio de luz es ante todo el Bautismo en el Jordán. En él, mientras Cristo, como inocente que se hace 'pecado' por nosotros (cf. 2 Co 5, 21), entra en el agua del río, el cielo se abre y la voz del Padre lo proclama Hijo predilecto (cf. Mt 3, 17 par.), y el Espíritu desciende sobre Él para investirlo de la misión que le espera.
Jesús es la luz y el agua que da
la vida nueva; quien sacia su sed en él, jamás tendrá necesidad de otra
satisfacción. Contemplar este misterio nos debe llenar de la luz que
necesitamos para superar los momentos de tinieblas que se nos pueden presentar
en el andar cotidiano y colmarnos de una esperanza cierta. Vivir según las
enseñanzas de Jesús no garantiza que no vamos a tener pesares y dolor. Siempre
estarán presente los contratiempos, las enfermedades, las crisis; sí nos
garantiza que, en medio de esas tinieblas, contamos con la luz de Jesús que
jamás nos abandona y nos regala su gracia para superar la oscuridad.
Juan es el Precursor. El sabe
quien es y conoce su misión. Aunque la multitud le sigue y aclama, no se aparta
un ápice de lo que es su papel en el plan de Dios. Reconoce al Mesías que llega
al Jordán entre los pecadores, como si fuese uno más. Jesús da el mismo paso
que el pueblo sencillo y creyente: se deja bautizar. Entonces el cielo se abre,
y, a través de signos luminosos, se revelan hondas riquezas del misterio de
Dios Trino: el Padre que manifiesta su indecible amor a su Predilecto, y el
Espíritu que se muestra como paloma de
fuego y paz. Cristo puede ahora iniciar su vida pública y anunciar su reino.
Has manifestado, Padre, tu
infinito amor por tu Divino Hijo e Hijo de María según la carne. A todos los
bautizados en el nombre de Jesús reúnelos, por tu Espíritu Santo, en la unidad
plena. Danos esta gracia “para que el mundo crea”. Bendice a los catecúmenos, a
los recién bautizados, a sus padres y padrinos, para que el cirio vacilante de
la fe se convierta en una llama viva. Amén.
Misterio de luz es el comienzo de
los signos en Caná (cf. Jn 2, 1-12), cuando Cristo, transformando el agua en
vino, abre el corazón de los discípulos a la fe gracias a la intervención de
María, la primera creyente.
¿Qué nos dice Jesús? ¿Cuáles son
las tinajas que debemos llenar de agua para que él haga el milagro? Cada uno
debe conocer y reconocer sus talentos -sus tinajas- y llenarlas de agua
generosamente; con ella, Jesús hará el milagro y convertirá nuestro
"poco" en "mucho".
Los hombres tenemos la misión de construir
un mundo mejor, pero solos, con nuestras fuerzas, no podemos; necesitamos que
Jesús complete la tarea. Debemos poner todo de nuestra parte y confiar que él
hará el resto. Debemos hacer nuestro esfuerzo y confiar en que "nuestra
agua" va a "ser vino" en las manos de Jesús.
El primer milagro no consiste en
sanar a un enfermo o resucitar a un muerto. Su primer signo mesiánico es
alegrar una fiesta de matrimonio. Transforma 600 litros de, legua de vino.
Manifiesta así la abundancia de alegría que él trae para el hombre. A su madre
la llama con palabra inusual “mujer”. También en el Calvario la llamará así,
indicando que es la Nueva Eva junto a él, el Nuevo Adán. María ejerce su inmenso poder de intercesión. Por
ella, él adelanta su hora. La Virgen nos deja el programa de toda vida
cristiana: “Haced lo que él os diga”. En Caná se alumbró la fe de los
apóstoles.
Misterio de luz es la predicación
con la cual Jesús anuncia la llegada del Reino de Dios e invita a la conversión
(cf. Mc 1, 15), perdonando los pecados de quien se acerca a Él con humilde fe
(cf. Mc 2. 3-13; Lc 47-48), iniciando así el ministerio de misericordia que Él
continuará ejerciendo hasta el fin del mundo, especialmente a través del
sacramento de la Reconciliación confiado a la Iglesia.
La presencia de Jesús en la
historia cambia todo. Nadie puede quedar cautivo; nada debe cercenar nuestra
libertad; ni la manipulación ideológica, ni los medios de comunicación social,
ni la ambición desmedida, ni la economía despiadada. Nadie debe permanecer en
la oscuridad de la ceguera que impide descubrir y ver el verdadero sentido de
la vida. Ninguna opresión debe impedir que la persona crezca gozando plenamente
de sus derechos y viviendo con dignidad.
Una vez
encarcelado Juan, Jesús marchó a Galilea, a fin de proclamar la Buena Nueva de
Dios: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y
creed en el Evangelio”.
El Santo Padre Juan Pablo II nos
explica este pasaje con palabras luminosas: Jesús anuncia la llegada del Reino.
Invita a la conversión, perdonando los pecados a quienes se acercan a él con
humilde fe. Inicia así su ministerio, su actividad de servicio misericordioso,
que continuará ejerciendo hasta el final de los tiempos. Lo hará muy especialmente a través del sacramento de
la reconciliación. (Rosarium
Virginis Mariae, 21).
Señor Jesús, tu esposa, la Iglesia, prolonga tu
anuncio del Reino. Los signos de los tiempos nos han llamado a la Nueva
Evangelización. Por tu Espíritu Santo, conviértenos continuamente a una vida de
penitencia y santidad. Que tu Paloma
de Fuego nos encienda para iluminar con
la Buena Noticia todos los ámbitos del hombre y todas las
regiones de la tierra. Que, por la intercesión de Mana, Reina del Universo, las
naciones acojan tu Palabra de vida y construyan tu Reino de paz. Amén.
Misterio de luz por excelencia es
la Transfiguración, que según la tradición tuvo lugar en el Monte Tabor. La
gloria de la Divinidad resplandece en el rostro de Cristo, mientras el Padre lo
acredita ante los apóstoles extasiados para que lo « escuchen » (cf. Lc 9, 35
par.) y se dispongan a vivir con Él el momento doloroso de la Pasión, a fin de
llegar con Él a la alegría de la Resurrección y a una vida transfigurada por el
Espíritu Santo.
¡Qué bien se está junto a Dios!
Dichosos aquellos que son capaces de percibirlo y sentirse plenos. Dichosos
porque, lamentablemente, no todos están preparados para gozar de las cosas de
Dios, para disfrutar con las cosas de Dios. Quienes pueden colmarse con la
plenitud de la presencia del Señor es porque han ido afinando su espíritu para
aprovecharlo; contemplemos, entonces, la divinidad de Jesús para aprender a
gozar con ella cada día más.
Jesús tomó consigo a Pedro,
Santiago y Juan. Los llevó a ellos a un monte alto. Y se transfiguró delante de
ellos. Y sus vestidos se volvieron de un blanco muy luminoso. Aparecieron Elías
y Moisés y conversaban con Jesús. Pedro dijo a Jesús: “Maestro, es bueno estar
aquí. Vamos a hacer tres tiendas: para ti, para Moisés y para Elías.” Y se
formó una nube que los cubrió. De la nube vino una voz: “Este es mi Hijo amado,
escuchadle”. Jesús les ordenó que a nadie contasen lo que habían visto hasta
que el Hijo del hombre resucitara;
Sólo Pedro, cabeza del colegio
apostólico, Santiago y Juan contemplaron el abandono total de Jesús en
Getsemaní. Él los preparó para la hora de la prueba dándoles un anticipo de la
gloria de Pascua. El Padre se les manifestó revelando la intensidad divina de
su amor al Hijo. Así pudieron entender que la cruz no es el ocaso final, sino
un paso hacia el alba. Ello les permitirá explicar al mundo por que Cristo
Resucitado tiene llagas tan luminosas como el sol de Tabor.
Misterio de luz es, por fin, la
institución de la Eucaristía, en la cual Cristo se hace alimento con su Cuerpo
y su Sangre bajo las especies del pan y del vino, dando testimonio de su amor
por la humanidad « hasta el extremo » (Jn13, 1) y por cuya salvación se
ofrecerá en sacrificio.
Jesús quiso ser nuestro pan para
quedarse entre nosotros. El pan que es fruto de la tierra y del trabajo de los
hombres; un alimento sencillo, que no cansa aunque se coma todos los días,
sacia el hambre y nutre.
Un producto que es el resultado de muchas
manos que contribuyen a que llegue a la mesa: los que preparan la tierra, los
que siembran, los que cosechan, los que trabajan en los molinos harineros, los
que amasan y cocinan: pan nacido del esfuerzo de muchos y con destino de
comunidad porque el pan que se comparte y reparte es el que se multiplica.
Jesús eligió hacerse pan para ser
alimento de los hombres; quiso quedarse entre nosotros. Es un Dios cercano que,
con su cuerpo y su sangre bajo las especies del pan y del vino, permanece
acompañándonos en la forma sacramental. Un Dios cercano que es Verbo y, con su
palabra en la Biblia, también está a nuestro lado.
Un Dios cercano que prometió que cuando
dos o tres nos reuniéramos en su nombre, él iba a hacerse presente dejando así
su luz entre los hombres para siempre.
La Eucaristía es fuente, centro y
cumbre de la vida cristiana, alabanza del Hijo, por el Espíritu Santo, al
Padre. Por ella nuestra salvación se renueva, se actualiza en el hoy de nuestra
historia y adelanta la fiesta de la alegría completa. Jesús la instituyó cuando
llevó “hasta el extremo” su entrega en el sacrificio redentor. Para hacer
perdurable esta memoria de su misericordia, instituyó el sacerdocio.
Toda la creación participa en los frutos
de la tierra y del trabajo del hombre.
Somos uno en el Cuerpo y en la Sangre. El es la Pascua, “para la vida del
mundo”, Pan vivo en el camino, fiel Presencia en nuestros templos.
Dios Espíritu Santo, así como tu
poder fecundó las entrañas de la Virgen Madre, de igual forma en cada
Eucaristía transformas el pan y el vino. Concédenos que también nuestra
existencia diaria, los esfuerzos y alegrías del trabajo de todos los hombres,
sean ofrenda de alabanza al Padre de misericordia. Amen.
MISTERIOS
GLORIOSOS (Miércoles, Domingos)
La virtud de la Fé.
Jesús resucitado ha probado que el hombre
junto a él tiene poder sobre el pecado y sobre la muerte. Jesús, ayúdanos a
resucitar, sálvanos del pecado, del enemigo, dános Tu luz, dános Tu Alegría.
Reaviva en nosotros el amor, la fé, la esperanza, y el regalo de la oración.
Permítenos pedir a la Virgen María una fé inquebrantable.
El triunfo de Jesús. Es el primer día de la semana y las mujeres quieren hacer el
último servicio al Señor: ungir su cuerpo. Y se encuentran con algo más de lo
que podían esperar: el sepulcro vacío. Cristo ha vencido a la muerte y queda así
culminada la redención. Nos alegramos contigo, Madre nuestra, y te pedimos a
ti, que supiste estar al pie de la cruz, que sepamos mantener firme la
esperanza en la victoria de Cristo.
Fé en Cristo. En
el misterio de Pascua, contemplamos el poder del Espíritu Santo que resucitó a
Jesús de entre los muertos y nuestro corazón se llena con la alegría que maría
experimentó al escuchar la palabra del ángel de la Anunciación <<Alégrate
María , llena de gracia>>. En adelante, Jesús está vivo y cada uno de
nosotros puede encontrarlo en el camino como los discípulos de Emaús; pero el
encuentro más profundo que podemos tener con él, es experimentar que habita y
vive en el interior de nuestro corazón por la paz y la alegría del Espíritu
Santo que se derrama en nosotros.
2.
La ascensión del Señor a los cielos.
La Ascensión de Jesús al Cielo.
La virtud de la Esperanza.
Jesús, no has abandonado a Tus
apóstoles en la agonía, y les has otorgado el gozo de contemplarte
‘glorificado’ durante 40 días. Después de tu Ascensión, gratificas a aquellos
que te buscan al recibir la Eucaristía. A través de María nosotros creemos en
ti. María otórganos el regalo de la esperanza.
La llamada al apostolado. Jesús ha estado con sus discípulos
cuarenta días para darles la alegría de su compañía, y las últimas
instrucciones. Pero llega el momento de la despedida, es el momento de actuar,
de llevar el mensaje de Cristo por todos los rincones del mundo. Virgen María,
que sepamos estar muy llenos de Dios, y que sintamos la urgente responsabilidad
de prender con el fuego de su amor a todos los que encontremos en nuestro
camino.
Entrar en la oración de Cristo
Padre. Jesús vino del Padre para revelarnos su
misericordia y vuelve al Padre en la gloria. La gloria de Cristo en la cruz es
la del amor misericordioso infinitamente herido por el endurecimiento del
corazón del hombre. Sentado as la derecha del padre, Jesús ha tomado un nuevo
nombre: se ha hecho misericordia. Por eso continúa su obra de misericordia en
la actividad suprema que es la intercesión
(Heb 7,25). No se trata de la humilde
intercesión de Cristo en los días de su carne, sino de la intercesión de
Aquel que ha sido entronizado a la derecha de Dios y que ha recibido un nombre
sobre todo nombre.
3.
La venida del Espíritu Santo sobre el Colegio apostólico y María
Santísima.
El Amor Divino.
Jesús, infúndenos con el
Consolador, El Espíritu Santo, enciéndenos con la Luz de tu Espíritu, con su
fuerza nos penetre hasta el fondo de nuestro corazón y alivie nuestras penas.
Envíanoslo para que llene nuestros corazones con tu amor. Háznos apóstoles
tuyos, amado Señor. Virgen María permítenos el regalo del verdadero amor y el
regalo de la oración del corazón. "Ven Espíritu Santo, Ven a nosotros por
medio de la intercesión del Inmaculado Corazón de María, tu bien amada
esposa." .
El nacimiento de la Iglesia. Los apóstoles se quedan en Jerusalén
esperando la venida del Espíritu Santo, y María, en medio de ellos, les enseña
a perseverar en la oración. Es así como nace la Iglesia, para hacer presente a
Dios en medio de los hombres a lo largo de toda la historia. Enséñanos María,
tú que eres Madre de la Iglesia, a ver en ella no una institución lejana, sino
la casa común de los creyentes, que ha querido Dios para llevar al mundo su
mensaje de salvación.
La efusión del Espíritu Santo. Jesús debía dejarnos para enviarnos el Espíritu
Santo y hacernos compartir el secreto que guarda con su Padre. Tenemos absoluta
necesidad del Espíritu Santo para invocar a Jesús nuestro Señor y nuestro
amigo, y pronunciar con un espíritu filial el nombre del Padre. Es el quien nos
hace penetrar y morar en el corazón de la Santísima Trinidad para ser en Jesús
adorador e intercesor. Jesús quiso que el Espíritu Santo viniera en respuesta a
la súplica de María, reunida con los apóstoles en el Cenáculo. Volvámonos hacia
ella para obtener este Espíritu consolador que nos dé a conocer al Padre y nos
releve al Hijo.
María, tú que permaneciste diez días en
el Cenáculo con los apóstoles y tu confianza atrajo el fuego del Espíritu sobre
la Iglesia naciente como había permitido la Encarnación del Hijo de Dios en tu
seno, en la Anunciación, alcánzanos la gracia de permanecer y perseverar en la
súplica para que el fuego del Espíritu Santo prenda en el corazón de los
hermanos de la Iglesia.
4.
La asunción de Nuestra Señora en cuerpo y alma a los cielos.
La Asunción a los Cielos de la
Bienaventurada Virgen.
La Buena Muerte.
Ahora que María es llevada al cielo, ella pide por sus hijos e hijas,
ésos hijos e hijas que Jesús puso en sus manos cuando Él estaba en la cruz.
María, ruega por nosotros, sabes nuestros temores, llévanos a tu corazón,
corazón de madre. Ruega por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte
llévanos contigo al cielo. Te pedimos una devoción a tu Inmaculado Corazón que
será nuestro refugio en nuestras tribulaciones.
La esperanza del cielo. Tú,
María has sido creada por Dios como la más excelsa de las criaturas, y ahora el
Señor no ha querido que tú, su Madre Santísima, conocieras la corrupción del
sepulcro, por eso te abre las puertas del cielo. Eres así nuestra esperanza más
firme, porque nos muestras un anticipo de lo que será nuestra resurrección
gloriosa. Que tengamos en nuestro corazón esos anhelos de cielo para estar,
junto a ti, contemplando el rostro de Dios.
La gracia de morir en oración. En María contemplamos la creación transfigurada y al hombre en la gloria
del Padre. Desde nuestro bautismo, estamos habitados por este germen de gloria
que gime todavía con dolores de parto, esperando la redención de nuestro cuerpo
en nuestra Pascua. <<Ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado
lo que seremos. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejante a él,
porque le veremos tal cual es>> (1 Jn 3,2)
5.
La Coronación de María Santísima como Reina y Señora de todo lo
creado
La Coronación de la Santísima Virgen María
como Reina del Cielo.
La intercesión de Nuestra Madre.
María permítenos llamarte,
permítenos amarte, permítenos confiar en ti, porque te nos has dado. Te tenemos
como madre en el cielo que también eres Reina; así que nosotros necesitamos
avocarnos a ella con una fé inmensa y esperanza. Si pedimos algo mientras
rezamos el Santo Rosario, nos será otorgado. Pídele el regalo de la oración,
una oración de corazón, dilo solo por amor, una amor por ella y por Jesús.
También permítenos pedir por la perseverancia de la oración, para estar siempre
unidos a tu corazón y por lo tanto al corazón de Jesús.
La intercesión de María. Padre, Hijo y Espíritu Santo han salido a
tu encuentro para coronarte, porque eres Reina de cielos y tierra. Ante ti,
María los ángeles y los santos te colman de su alabanza, porque eres Hija de
Dios Padre, Madre de Dios Hijo, Esposa de Dios Espíritu Santo, Templo y
Sagrario de la Santísima Trinidad. Por eso, porque eres la omnipotencia
suplicante, acudimos a ti María, sabiendo que no vas a desechar nuestras
súplicas, Virgen gloriosa y bendita.
Entregarnos a la oración de Maria. <Una gran señal apareció en el cielo: una
Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce
estrellas sobre su cabeza> (Ap 12,1). Asociada a la gloria de su Hijo
resucitado, María se nos aparece en la gloria del cielo como la nueva Eva, la
mujer perfecta que ha coronado la victoria de la fe. Es la Purísima y la
Santísima. Como siempre dijo <sí> a Dios en la tierra, Dios responde
<sí> a cada una de sus oraciones. Es la Omnipotencia Suplicante que
intercede sin cesar por nosotros ante el
Padre, en nombre de su Hijo. Por su oración, nos alcanza el don por excelencia,
el del Espíritu Santo que hace de nosotros sus hijos.
Cuando los Apóstoles esperaban el
Espíritu Santo, uniste tu súplica a la de sus discípulos, convirtiéndote así en
el modelo de la Iglesia en oración. Elevada en la gloria del cielo, acompañas y
proteges a la iglesia con tu amor maternal en marcha hacia la patria, hasta el
día de la venida gloriosa del Señor. Acoge nuestra súplica y pide para nosotros
el Espíritu Santo que es el único que puede darnos la gracia de la oración.


















